miércoles, 30 de diciembre de 2009

Odio

Otra vez, una y otra vez. La rueda gira y todo vuelve a repetirse, siempre lo mismo. Aguantando las ganas de ensartarle un filo en el corazón para que cerrara esa bocaza. No entiendo por qué me odia así, se enfada por oirme decir "humanos". Y después de risitas, ja ja. A mí no me hace ninguna gracia. Claro, como vosotros no estáis encerrados en el infierno os da exactamente igual. Estas cadenas no me las puedo quitar ya que es la condena de una vida pasada. Pero seguro que os encanta ver sufrir a los demás.
Tener que convivir con una persona a la que odias profundamente y no puedes hacer nada para acabar con su vida da una rabia impresionante. Siempre me está echando la bronca a mí, mientras que mi hermanita, es un angelito a sus ojos a quien le consiente todo y prefiere antes que a mí. Ella nunca hace nada mal, en cambio yo, sólo soy un experimento fallido al que todo le sale mal aunque lo intente. Pero esta noche todo acabará. Exacto. Voy a acabar con él. Así, mi estudio podrá seguir.
¿Qué estudio? Humanos, eso es, humanos. Los seres que leen estas palabras ahora mismo. Me encomendaron tal misión pero no puedo cumplirla a causa de él. Sin él todo sería más fácil. No se puede imaginar la cantidad de personas que desean verle muerto. Todos festejarán el día en que su sangre se bierta por el suelo y su alma sea condenada al infierno.
Ya cayó la noche, es la hora. Las esposas rojas de mis muñecas hacen que no pueda levantar los brazos y las cadenas azules de mis tobillos me impiden caminar. Pero tranquilos, eso se puede arreglar. Mi corazón aún lleno de rabia hace que mis fuerzas broten de nuevo, aunque las extremidades me pesen puedo levantarme. Con dificultad me dirijo hacia la cocina, abro el cajón, y saco un afilado cuchillo.
- Esta noche morirá - me digo a mí misma.
Él olle el ruido de mis pasos, se levanta estrañado. Yo le espero en el salón. Medio dormido se asoma al pasillo, mira a ambos lados y me ve. Enfurecido me pregunta que hago levantada a estas horas, yo solo sonrío con maldad. Mis ojos marrones se tiñen de rojo escarlata, le apunto con el filo, sin deja de sonreir ni por un instante. Alzo el cuchillo, y éste en lo alto se transforma en una gran hoz, cuya hoja curvada llega hasta mis tobillos.
Por difícil de creer, aquella hoz era ligera como una pluma. Mi sonrisa maligna se acentuó aún más y mis ojos se abrieron como platos clavando la mirada en él, muerto de miedo. Dio varios pasos atrás, yo los di hacia delante. Él estaba a punto de salir corriendo.
- No podrás escapar - dije - este es tu final.
Finalmente corrió. Ni siquiera me moleste en seguirle, ya que sin saber por qué, volvió a aparecer frente a mí.
Alambre de espinos atrapa su cuerpo en el espacio, yo, sin dejar de sonreir, sólo le miro y digo:
- Adiós...
Ensarto buscamente la hoz en su cuerpo, la sangre brota a borbotones. Una hermosa fuente carmesí, que me empapa con su agua el cuerpo. Río, río a pleno pulmón como una desquiciada. Pudo hacer mi cometido. Me voy tranquilizando, poso la palma de mi mano derecha, ahora roja, sobre la parte derecha de mi cara. Sin poder contenerme vuelvo a reír, apartando la mano de mi cara. Se puede ver la diferencia de una mitad a otra, la nieve y la sangre convinan bien.
Cojo mi guadaña y me dirijo a mi habitación compartida. Allí duerme mi hermana, sigo sin poder para de sonreir. Levanto poco a poco la hoz, mi sonrisa se acentúa y la ensarto.
La sangre sigue brotando, me envuelve, me encanta. La sensación de tener la vida de alguien en tus manos es maravillosa. Aquellos humanos que me sacaban de quicio ya no volverán a molestarme.
Mi risa histérica se detiene, he dejado de sonreir. Observo las escenas, todo está teñido rojo. Mis ojos se humedecen, ¿qué me pasa? hice lo que debía. Tiro la hoz al suelo y comienzo a andar por el pasillo que se va haciedo cada vez más largo. <<¿Esto no va a terminarse nunca? ¿Dónde está el final?>> pienso. Oigo un extraño ruido de metal, algo me sigue. Volteo sin miedo y observo, a la guadaña.
- ¿Vas a matarme? - le pregunto. Ella sólo niega - ¿entonces a qué vienes?
Se va acercando poco a poco a mí, yo no me muevo. Cierro los ojos, siento algo punzante. Alambres de espinas recorren mi cuerpo para unirse todos en mi cuello, la guadaña hace una reverencia hacia mí, en ese momento oigo una voz.
- La estábamos esperando señorita muerte.
- Gracias - contesto yo.